Ven, Espíritu divino

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don, en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

 

Oración a San Miguel

Arcángel San Miguel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad
y las asechanzas del demonio.
Reprímale Dios,
pedimos suplicantes.
Y tú, Príncipe de la celestial milicia,
lanza al infierno,
con el divino poder,
a Satanás
y a los otros malignos espíritus
que discurren por el mundo
para la perdición de las almas.
Amén.

 

Oración a San José

¡San José, Custodio amante
de Jesús y de María,
enséñame a vivir siempre
en tan dulce compañía!
Sé mi maestro y mi guía
en la vida de oración;
dame paciencia, alegría
y humildad de corazón.
No me falte en este día
tu amorosa protección,
ni en mi última agonía
tu piadosa intercesión.

 

Salmos de la alegría

Que se alegren los que se acogen a Ti con júbilo eterno; protégelos, para que se llenen de gozo los que aman tu Nombre. Porque tú, Señor, bendices al justo, y como un escudo lo cubre tu favor (5,12-13).
Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena: porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha (15,8-11).
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos (32,20-21).
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados (50,9-10).
Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia Ti; porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan (85,4-5).
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternuna por sus fieles; porque Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro (102, 8.10.13-14).

 

Peticiones de San Agustín

Señor mío Jesucristo, conózcame a mí y que te conozca a Ti.
Nada desee fuera de Ti. Aborrézcame a mí y que te ame a Ti.
Haga todas las cosas por Ti. Humílleme a mí y que te ensalce a Ti.
Nada piense fuera de Ti.
Mortifiqueme a mí y viva en Ti. Reciba todo lo que venga como de Ti.
Persígame a mí y siempre anhele seguirte a Ti.
Huya de mí y que te tema a Ti.
Desconfíe de mí y confíe en Ti.
Quiera obedecer por Ti.
A nada me apegue sino a Ti, y sea pobre por Ti.
Mírame para que te ame.
Llámame para que te vea.
Y para que eternamente te goce. Amén.

 

Oración de San Patricio

Cristo conmigo, Cristo delante de mí, Cristo tras de mí.
Cristo en lo más profundo de mí, Cristo por sobre de mí.
Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda.
Cristo en la fortaleza, Cristo en la debilidad.
Cristo en el asiento del carro,
Cristo en la popa del navío,
Cristo en el corazón de todo hombre que piense en mí,
Cristo en los labios de todo hombre que hable conmigo.
Cristo en todo ojo que me vea,
Cristo en todo oído que me oiga.
Cristo en todo. Amén

 

Cántico de las criaturas (San Francisco de Asís)

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado, mi Señor!
y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!
y por la hermana muerte: ¡loado, mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.

 

Alma de Cristo, santifícame

Alma de Cristo santifícame
Cuerpo de Cristo sálvame
Sangre de Cristo embriágame
Agua del costado de Cristo lávame
Pasión de Cristo confórtame
Oh mi buen Jesús óyeme
Dentro de tus llagas escóndeme
Y mándame ir a ti
Para que con tus santos y ángeles
Te alabe y te bendiga eternamente. Amén.

 

Acto de desagravio ante el Santísimo Sacramento

Señor Jesús, nos arrodillamos ante ti, reconociendo tu presencia real en el Santísimo Sacramento. Te agradecemos inmensamente tu permanencia con nosotros, y la fe que nos has dado.
Con profundo dolor sentimos que tantos hombres, redimidos por ti, te olviden y ofendan; que en tantos sagrarios estés solitario y en tantos hogares no seas invitado.
Nosotros, arrepentidos de nuestros pecados, queremos en la medida de nuestras fuerzas hacerte compañía por cuantos te abandonan, y dedicarte completamente nuestra vida, como ofrenda y desagravio a tu Corazón pleno de amor hacia nosotros.
Santa María, Madre nuestra, confiamos en tu Inmaculado Corazón que nos alcances gracias para perseverar en la fe, animarnos por la esperanza y vivir la caridad, como satisfacción por todos nuestros pecados y para la salvación del mundo.
Por todas las blasfemias, sacrilegios, profanación de fiestas, que se cometen contra el nombre de Dios y contra sus templos.
-Perdón, Señor, perdón.
Por todos los ataques a la Iglesia, persecuciones y propagandas de ateísmo.
Por los apóstatas, los que desprecian el Magisterio de los Papas y todos los falsos profetas.
Por todas las opresiones de gobierno, de esclavitud, de delincuencia; y todas las injusticias laborales, familiares, sociales.
Por todos los actos inhumanos de violencia, asesinatos, torturas, malos tratos; robos, estafas, extorsiones.
Por toda la inmoralidad y corrupción: en el trabajo profesional, en las relaciones, espectáculos, diversiones, modas, lecturas, bebidas, drogas.
Por todos los pecados de escándalo y de respeto humano.
Por todos los pecados contra la santidad de la familia y contra el amor fraterno.
Por los sacerdotes indignos, por los políticos ambiciosos, por todos los abusos de autoridad.
Cristo Jesús, pedimos en especial a tu Corazón que concedas gracias abundantes a los más necesitados; y que nunca permitas nos apartemos de Ti; sino que aprendiendo en tu Corazón nuestros sentimientos y juicios cada día nos parezcamos más a Ti. Amén.

 

Oración universal del Papa Clemente XI

Creo en ti, Señor, pero ayúdame a creer con firmeza; espero en ti, pero ayúdame a esperar sin desconfianza; te amo, Señor, pero ayúdame a demostrarte que te quiero; estoy arrepentido, pero ayúdame a no volver a ofenderte. Te adoro, Señor, porque eres mi Creador y te anhelo porque eres mi fin; te alabo, porque no te cansas de hacerme el bien, y me refugio en ti, porque eres mi protector. Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu misericordia me consuele y tu poder me defienda. Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en ti; te ofrezco mis palabras, ayúdame a hablar de ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu voluntad; te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por ti. Todo aquello que quieres tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres tú, como tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras. Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento, que fortalezcas mi voluntad, que purifiques mi corazón y santifiques mi espíritu. Hazme llorar, Señor, mis pecados, rechazar las tentaciones, vencer mis inclinaciones al mal y cultivar las virtudes. Dame tu gracia, Señor, para amarte y olvidarme de mí, para buscar el bien de mi prójimo sin tenerle miedo al mundo. Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, comprensivo con mis inferiores, solícito con mis amigos y generoso con mis enemigos. Ayúdame, Señor, a superar con austeridad el placer, con generosidad la avaricia, con amabilidad la ira, con fervor la tibieza. Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar, valor en los peligros, paciencia en las dificultades, sencillez en los éxitos. Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer, responsabilidad en mi trabajo y firmeza en mis propósitos. Ayúdame a conservar la pureza de alma, a ser modesto en mis actitudes, ejemplar en mi trato con el prójimo y verdaderamente cristiano en mi conducta. Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, para fomentar en mí tu vida de gracia, para cumplir tus mandamientos y obtener mi salvación. Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, la grandeza de lo divino, la brevedad de esta vida y la eternidad de la futura. Concédeme, Señor, una buena preparación para la muerte y un santo temor al juicio, para librarme del infierno y obtener tu gloria. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

 

Oraciones de San Bernardo

¡Ah! ¿Cómo tan pronto te has hastiado de Cristo?… Ciertamente, aún no has saboreado a Cristo… O es que no tienes el paladar sano, pues Él mismo dice claramente: «Los que de mí comen, tienen siempre hambre de mí; y los que de mí beben, tienen siempre sed de mí». Pero ¿cómo podrá tener hambre y sed de Cristo el que cada día se harta de bellotas, manjar de cerdos? «No es posible beber a la vez el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios» (1Cor 10,21). Cáliz de los demonios es la soberbia, la calumnia y envidia, la crápula y la embriaguez. Si tu vientre y tu mente están repletos del vino de esos cálices, no habrá en ellos lugar alguno para Cristo.

–Hambre y sed de Cristo. Virgen María, bendito es el fruto de tu vientre.

Bendito en su perfume, sabor y hermosura… Uno que había gustado del sabor de este fruto, cantaba:

«gustad y ved qué bueno es el Señor» (Sal 34,9)»

«Una vez que se han gustado las cosas espirituales, fácilmente se menosprecian las carnales. Para el que siente hambre del cielo, mal gusto han de tener las mezquindades de la tierra. Al que le devora la sed de lo eterno, ha de causarle fastidio lo efímero y transitorio» (Cta. 111,3).

«Yo quiero con toda la fuerza de mi alma seguir al humilde Jesús. Ansío con toda la vehemencia de mi corazón amar a quien me amó hasta entregarse a la muerte por mí, y abrazarle muy estrechamente con los brazos de mi caridad; pero eso no basta: es preciso todavía que coma el Cordero pascual, pues si no como su carne ni bebo su sangre, no tendré la vida en mí… Su carne es verdadera comida, y su sangre verdadera bebida. Es el pan de Dios mismo, que ha descendido del cielo y da vida al mundo» (Contra P. Abelardo 9,25).

«El Sacramento del cuerpo del Señor y de su sangre preciosa obra dos efectos en nosotros: disminuye la concupiscencia en las tentaciones leves y evita enteramente el consentimiento en las graves. Si alguno de vosotros ya no siente tantas veces, o no con tanta fuerza, los movimientos de la ira, envidia, lujuria y demás pasiones, dé las gracias al cuerpo y sangre del Señor, porque la virtud del Sacramento obra en él, y alégrese de que la úlcera pésima se va sanando» (Cena Señor 1,3).

 

Oración de Santo Tomás de Aquino

“Te doy gracias, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, porque, aunque soy un siervo pecador y sin mérito alguno, has querido alimentarme misericordiosamente con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Que esta sagrada comunión no vaya a ser para mí ocasión de castigo, sino causa de perdón y salvación. Que sea para mí armadura de fe, escudo de buena voluntad; que me libre de todos mis vicios y me ayude a superar mis pasiones desordenadas; que aumente mi caridad y mi paciencia, mi obediencia y mi humildad y mi capacidad para hacer el bien. Que sea defensa inexpugnable contra todos mis enemigos, visibles e invisibles, y guía de todos mis impulsos y deseos. Que me una más íntimamente a ti, el único y verdadero Dios, y me conduzca con seguridad al banquete del cielo, donde tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo perdurable y felicidad perfecta. Por Cristo, nuestro Señor. Amén”

 

Preparación a la Misa y la Comunión

“Dios eterno y todopoderoso, me acerco al sacramento de tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, como se acerca al médico el enfermo, el pecador a la fuente de misericordia, el ciego al resplandor de la luz eterna y el pobre e indigente al Dios del cielo y de la tierra. Muéstrame, Señor, tu bondad infinita v cura mis debilidades, borra las manchas de mis pecados, ilumina mi ceguera, enriquece mi indigencia y viste mi desnudez, a fin de que pueda yo recibir, en el Pan de los ángeles, al Rey de los reyes y Señor de los señores, con toda la humildad y la reverencia, el arrepentimiento y el amor, la pureza, la fe y el deseo que son necesarios para la salvación de mi alma. Haz, Señor, que no sólo reciba yo el sacramento del Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, sino también la fuerza que otorga el Sacramento, y que con tal amor reciba yo el Cuerpo que tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, recibió de la Virgen María, que quede yo incorporado a su Cuerpo místico y pueda ser contado como uno de sus miembros. Concédeme, Padre lleno de amor, llegar a contemplar al término de esta vida, cara a cara y para siempre, a tu amado Hijo, Jesucristo, a quien voy a recibir hoy, oculto en este sacramento. Por el mismo Cristo nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén”.

 

Tomad, Señor, y recibid (San Ignacio de Loyola)

Tomad Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed de ello conforme a vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.

 

Vuestra soy, para Vos nací (Santa Teresa de Jesús)

Vuestra soy, para Vos nací,
¿Qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
Eterna Sabiduría,
Bondad buena al alma mía,
Dios, alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿Qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cual oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veísme aquí mi dulce Amor;
Amor dulce, veisme aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón.
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y ama,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí,
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida,
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz cumplida.
flaqueza o fuerza a mi vida,
que a todo diré que sí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción.
y, sino, esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor ignorancia;
dadme años de abundancia
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aqui o allí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar;
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
Decid, dónde, cómo y cuándo;
Decid, dulce Amor, decid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Esté callado o hablando,
haga fruto o no le haga;
muéstreme la Ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo Vos en mi vivid.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para Vos nací.
¿Qué mandáis hacer de mí?

 

Ofrecimiento diario por el mundo

Ven, Espíritu Santo, inflama nuestro corazón en las ansias redentoras del Corazón de Cristo,
para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras, en unión con Él, por la redención del mundo.
Señor mío y Dios mío Jesucristo:
Por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón, y me ofrezco contigo al Padre en tu santo sacrificio del altar, con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu Reino.
Te pido en especial por el Papa y sus intenciones; por nuestro Obispo y sus intenciones; por nuestro Párroco y sus intenciones.

 

Acto de confianza (San Claudio La Colombière)

Esta admirable fórmula del Acto de confianza es propiamente parte de un sermón del Santo sobre el amor de Dios: Oeuvres, IV, 215. Cf. carta XCVI.
Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a quien aguarda de Ti todas las cosas, que he determinado vivir de ahora en adelante sin ningún cuidado, descargando en Ti todas mis solicitudes: «en paz me duermo y al punto descanso, porque tú, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza» (Sal 4,10). Despójenme, en buena hora, los hombres de los bienes y de la honra, prívenme las enfermedades de las fuerzas e instrumentos de serviros; pierda yo por mí mismo vuestra gracia pecando, que no por eso perderé la esperanza; antes la conservaré hasta el último suspiro de mi vida y serán vanos los esfuerzos de todos los demonios del infierno por arrancármela: en paz me duermo y al punto descanso.
Que otros esperen la dicha de sus riquezas o de sus talentos: que descansen otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí toda mi confianza se funda en mi misma confianza: «Tú, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza» (Sal 4,10). Confianza semejante jamás salió fallida a nadie: «Nadie esperó en el Señor y quedó confundido» (Sir 2,11). Así que seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firmemente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero: «en Ti, Señor, he esperado; no quedaré avergonzado jamás» (Sal 30,2; 70,1).
Conocer, demasiado conozco que por mí soy frágil y mudable; sé cuánto pueden las tentaciones contra las virtudes más robustas; he visto caer las estrellas del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de eso logra acobardarme. Mientras yo espere, estoy a salvo de toda desgracia; y de que esperaré siempre estoy cierto, porque espero también esta esperanza invariable.
En fin, para mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta donde puede llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mismo, oh Criador mío, para el tiempo y para la eternidad. Amén.

 

Visita al Santísimo (San Alfonso María de Ligorio)

Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombres permaneces, lleno de amor, en este Sacramento, de día y de noche, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte. Creo que estás presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te adoro desde el abismo de mi nada.
Te doy gracias por todos los beneficios que me has hecho, especialmente por haberme dado en este Sacramento tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; por haberme concedido como abogada a tu Santísima Madre la Virgen María y por haberme llamado a que te visite en este lugar santo.
Adoro tu Corazón lleno de amor, en agradecimiento a tan maravilloso regalo; y para desagraviarte de tantos ultrajes como recibes en todos los sagrarios del mundo donde estás olvidado.
Señor Jesús, te amo con todo mi corazón; me pesa haber ofendido tantas veces a tu infinita bondad, y propongo enmendarme con ayuda de tu gracia. Yo, pecador, me consagro todo a Ti, y en tus manos pongo mi voluntad, mis afectos, mis deseos, y todo cuanto soy y puedo. Todo lo uno a tu Corazón lleno de amor, y así lo ofrezco al Padre Eterno, y le pido, en tu Nombre y por el amor que te tiene, lo acepte benignamente. Amén.

 

 

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? (Lope de Vega)

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí!
Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
Cuantas veces el ángel me decía:
«¡Alma, asómate ahora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía!»
y ¡cuántas, hermosura soberana,
«mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

 

Oración por la paz

Esta oración, atribuida a San Francisco de Asís, fue compuesta por el sacerdote Esther Auguste Bouquerel, y se publicó por primera vez en 1912 en la revista francesa La Clochette (la campanilla), boletín mensual de la Liga de la Santa Misa.
Señor, haz de nosotros un instrumento de tu paz.
Donde existe el odio, que nosotros pongamos el amor.
Donde existe la ofensa, que nosotros pongamos el perdón.
Donde existe la desesperación, que nosotros pongamos la esperanza.
Donde existe la duda, que nosotros pongamos la fe.
Donde existen las tinieblas, que nosotros pongamos la luz.
Donde existe la tristeza, que nosotros pongamos la alegría.
Haz, Señor, que busquemos:
saciar más que ser saciados,
comprender más que se comprendidos,
amar más que ser amados.
Porque es dando como se recibe,
es perdonando como se es perdonado,
es muriendo uno a sí mismo como se nace a la vida eterna.

 

Oración de San Buenaventura

Acción de gracias por la Misa y la Comunión
Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, la médula de mi alma con el suavísimo y saludabilísimo dardo de tu amor; con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica, a fin de que mi alma desfallezca y se derrita siempre sólo en amarte y en deseo de poseerte: que por ti suspire, y desfallezca por hallarse en los atrios de tu Casa; anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo. Haz que mi alma tenga hambre de ti, Pan de los ángeles, alimento de las almas santas, Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza, de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite. Oh Jesús, en quien desean mirar los ángeles: tenga siempre mi corazón hambre de ti, y el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu saber; tenga siempre sed de ti, fuente de vida, manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la Casa de Dios: que te desee, te busque, te halle; que a ti vaya y a ti llegue; en ti piense, de ti hable, y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin; para que tú solo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza, mi riqueza, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida, mi alimento, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija y firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.

 

Oración de San Alfonso María de Ligorio

Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombres estáis noche y día en este sacramento, lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitaros: creo que estáis presente en el sacramento del altar. Os adoro desde el abismo de mi nada y os doy gracias por todas las mercedes que me habéis hecho, y especialmente por haberos dado vos mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi abogada a vuestra amantísima Madre y haberme llamado a visitaros en esta iglesia. Adoro ahora a vuestro Santísimo Corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para resarciros de todas las injurias que recibís de vuestros enemigos en este sacramento; y, finalmente, deseando adoraros con esta visita en todos los lugares de la tierra donde estáis sacramentado con menos culto y más abandono. Me pesa de haber ofendido tantas veces a vuestra divina bondad en mi vida pasada. Propongo, con vuestra gracia, no ofenderos más en adelante, y ahora, por más miserable que sea, me consagro enteramente a vos, renuncio a mi voluntad y os la entrego por completo, con mis afectos, deseos y todas mis cosas. De hoy en adelante haced de mí, Señor, todo lo que os agrade. Yo solamente quiero y os pido vuestro santo amor, la perseverancia final y el perfecto cumplimiento de vuestra santa voluntad. Os recomiendo las almas del purgatorio, especialmente las más devotas del Santísimo Sacramento y de María Santísima. Os recomiendo también todos los pobres pecadores. Finalmente, amadísimo Salvador mío, uno todos mis afectos y deseos a los de vuestro Corazón amorosísimo, y así unidos los ofrezco a vuestro eterno Padre y le suplico, en nombre vuestro, que, por vuestro amor, los acepte y escuche. Así sea.

 

Oración de San Ambrosio de Milán

Señor mío Jesucristo, me acerco a tu altar lleno de temor por mis pecados, pero también lleno de confianza, porque estoy seguro de tu misericordia. Tengo conciencia de que mis pecados son muchos y de que no he sabido dominar mi corazón y mi lengua. Por eso, Señor de bondad y de poder, con miserias y temores me acerco a ti, fuente de misericordia y de perdón; vengo a refugiarme en ti, que has dado la vida por salvarme, antes de que llegues como juez a pedirme cuentas. Señor, no me da vergüenza descubrirte mis llagas. Me dan miedo mis pecados, cuyo número y magnitud sólo tú conoces; pero confío en tu infinita misericordia. Señor mío Jesucristo, rey eterno, Dios y hombre verdadero, mírame con amor, pues quisiste hacerte hombre para morir por nosotros. Escúchame, pues espero en ti. Ten compasión de mis pecados y miserias, tú que eres fuente inagotable de amor. Te adoro, Señor, porque diste tu vida en la cruz y te ofreciste en ella como redentor por todos los hombres y por mí. Adoro, Señor, la sangre preciosa que brotó de tus heridas y ha purificado al mundo de sus pecados. Mira, Señor, a este pobre pecador, creado y redimido por ti. Me arrepiento de mis pecados y propongo corregir sus consecuencias. Purifícame de todas mis maldades para que pueda celebrar dignamente este santo Sacrificio. Que tu Cuerpo y Sangre me ayuden, Señor, a obtener de ti el perdón de mis pecados y la satisfacción de mis culpas; me libren de mis malos pensamientos, renueven en mí los sentimientos santos, me impulsen a cumplir tu voluntad y me protejan en todo peligro de alma y cuerpo. Amén.

 

Oración a Jesús Crucificado

Miradme, oh mi amado y buen Jesús, postrado en vuestra santísima presencia. Os ruego, con el mayor fervor, que imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, dolor de mis pecados y verdadero propósito de jamás ofenderos; mientras que yo, con todo mi amor y compasión, voy considerando vuestras cinco llagas, teniendo presente aquello que dijo de vos, Dios mío, el santo profeta David: «Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos» (Sal 21,17).

 

Oración de Santa Catalina de Siena

¡Oh Deidad Eterna, oh alta y eterna Deidad! iOh sumo y eterno Padre, oh Fuego que siempre ardes! Tú , Padre Eterno, alta y eterna Trinidad, eres fuego inestimable de caridad. iOh Deidad, Deidad! ¿Qué revelan tu bondad y tu grandeza? El don que has dado al hombre. Y ¿qué don le has dado? Todo tú, Dios, Trinidad Eterna…. Tú, suma y eterna Pureza, te has unido con el barro de nuestra humanidad obligado por el fuego de tu caridad. Y con este fuego, tú mismo te has dado para nosotros en manjar. Y ¿qué manjar es éste? Manjar de los ángeles, suma y eterna Pureza, y por esto exiges y quieres tanta pureza en el alma que te recibe en este dulcísimo sacramento, que, si fuese posible que la naturaleza angélica se purificase (no tiene ciertamente esta necesidad), debería purificarse para acercarse a tan gran misterio. ¿Y cómo se purifica el alma? En el fuego de tu caridad y lavando su cara en la sangre de tu Hijo unigénito. ¡Oh miserable alma mía! ¿Cómo te acercas a tan gran misterio sin esta purificación? Avergüénzate, digna de habitar con las bestias y con los demonios, porque tus obras han sido siempre obras de bestias y has seguido la voluntad del demonio… ¿Qué haré, pues?… Me despojaré de mi fétido vestido y con la luz de la santísima fe me miraré en ti y me vestiré de tu eterna voluntad. Con esta luz conoceré que tú, Trinidad Eterna, nos eres mesa, comida y servidor. Tú, Padre Eterno, eres la mesa, que nos da la comida del Cordero de tu unigénito Hijo. Él es para nosotros manjar suavísimo, tanto por su doctrina, que nos nutre de su voluntad, como por el Sacramento que recibimos en la sagrada comunión, el cual nos alimenta y conforta mientras somos peregrinos y caminantes en esta vida. Y el Espíritu Santo es, con toda razón, el servidor, porque nos administra esta doctrina, iluminando con ella los ojos de nuestra inteligencia e inspirándonos que la sigamos. Nos muestra también la caridad del prójimo y el hambre del manjar de las almas y de la salud del mundo entero para honra de ti, Padre. De aquí vemos que las almas iluminadas en ti, Luz verdadera, no dejan pasar un momento sin que coman este suave manjar para honra tuya. ¡Oh Trinidad Eterna, mi dulce Amor! Tú, que eres Luz, danos luz. Tú, suma Fortaleza, fortalécenos. Que se disipe hoy, Dios Eterno, la nube que nos oscurece, para que perfectamente conozcamos y sigamos tu verdad con un corazón limpio y sencillo. Dios, ven en nuestra ayuda. Señor, apresúrate a socorrernos. Amén.

 

 

OTRAS ORACIONES DEVOCIONALES

 

Consagración al Corazón de Jesús

¡Oh Corazón adorable de Jesús, el más dulce, el más amable y el más generoso de todos los corazones, que te consumes de amor en este altar, rodeado de los ángeles que temblando te adoran! Lleno de reconocimiento y de dolor, a la vista de tus beneficios y de la ingratitud de los hombres, vengo a consagrarme a Ti sin reserva y para siempre, como una víctima cargada con mis pecados y los de mis hermanos, y en particular los que tienen por objeto las injurias con que has sido agraviado en el Sacramento de tu amor. Quiero expiarlos con mi penitencia y mi fervor, a fin de satisfacer a tu amor ofendido y reparar tu gloria. Quiero emplear mi vida en propagar tu culto, y en ganar, si pudiese, todos los corazones en obsequio de tu amor. De aquí en adelante serás mi refugio en mis penas, mi luz, mi esperanza, mi fortaleza, mi consuelo y mi todo. A Ti solo ofreceré mis acciones, mis oraciones y mis lágrimas: tus sentimientos y deseos serán la regla de mi conducta. Siguiéndolos caminaré siempre por las sendas de la justicia y de la paz. Recibe mi corazón, Jesús mío, o mejor dicho tómalo tu mismo; cámbialo, para hacerlo digno de Ti; hazlo humilde, dulce y generoso como el tuyo, abrasándolo en tu amor. Escóndelo en tu Corazón, uniéndolo al Corazón Inmaculado de María, para que nunca vuelva a tomarlo. Antes morir que volver a ofender ni disgustar tu Corazón adorable. Quiero en la vida, en la muerte y en la eternidad ser todo de tu amor. Amén.

 

Acto de fe

Jesús, verdad eterna, creo que estás realmente presente en la Eucaristía, con tu cuerpo, sangre, alma y divinidad. Oigo tu invitación: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo». «Tomad y comed; esto es mi Cuerpo». Creo, Señor y Maestro, pero aumenta mi débil fe.

 

Acto de esperanza

Jesús, único camino de salvación; tú me invitas diciéndome: «Aprended de mí»… y, sin embargo, ¡qué poco me asemejo a ti! Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme. Tú, Jesús, complaciste al Padre; eres mi modelo. Atráeme a ti y dame la gracia de imitarte, especialmente en la virtud que más necesito.

 

Acto de caridad

Jesús Maestro, tú me dices: «Yo soy la vida»; «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». En los sacramentos del Bautismo y de la Reconciliación me has comunicado esta vida, y en la Eucaristía la alimentas haciéndote mi comida. Toma mi corazón; libéralo de los bienes, placeres y vanidades de la tierra. Te amo con todo el corazón y sobre todas las cosas, porque eres bien infinito y mi felicidad eterna.

 

Acto de adoración

Te adoro presente en la Eucaristía, Palabra encarnada, Hijo unigénito e imagen del Padre, nacido de María. En unión con María te ofrezco al Padre:contigo, por ti y en ti, sea por siempre la alabanza, la acción de gracias y la súplica por la paz de los hombres. Ilumina mi mente, hazme discípulo fiel de la Iglesia; que yo viva de fe; que comprenda tu Palabra; que sea un auténtico apóstol. Haz, Maestro divino, que la luz de tu Evangelio llegue hasta los últimos confines del mundo.

 

Acto de petición

Te amo, Jesús, mi vida, mi alegría y fuente de todo bien. Quiero amarte cada día más, a ti y a los hombres redimidos con tu sangre. Tú eres la vid y yo el sarmiento: quiero estar siempre unido a ti para dar frutos abundantes. Tú eres la fuente: dame gracia cada vez más abundante para mi santificación. Tú eres la cabeza; yo, uno de tus miembros: comunícame tu Espíritu Santo con todos sus dones. Venga a nosotros tu Reino, por María. Conforta y salva a las personas que amo. Acoge en tu Reino a los difuntos. Multiplica y santifica a los llamados al apostolado. Bebemos en el cáliz de la santidad. Líbranos por siempre del mal. Recibiremos con reverencia tu Cuerpo santísimo, nos saciaremos de tu dulzura, Señor. Nos has dado el pan del cielo: el hombre ha comido el pan de los ángeles. Amémonos los unos a los otros, porque Dios es caridad. El que ama a su hermano ha nacido de Dios y lo contempla, en él es perfecta la caridad. Padre santo, da paz a los sacerdotes, que reparten el Cuerpo de Cristo; da la paz a los gobernantes y al pueblo, que reciben el Cuerpo de Cristo. Amén.

 

Anima Christi

Alma de Cristo, santifícame, Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. Oh buen Jesús, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de ti. Del enemigo malo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén.