De Mgr. Dominique Rey, Obispo de Toulon, Francia, en Adoración y Evangelización
Hay unos 70 institutos y congregaciones dedicadas a la Eucaristía en el mundo. Sus fundadores son quienes han comprendido el vínculo substancial que hay entre la Eucaristía y la renovación de la vida cristiana. Entre ellos Julien Eymard, Theodolinde Dubouche al comienzo del 1800 fundadora del instituto de la adoración reparadora, santa Julienne du Mont Cornillon, del 1900, luego de una revelación privada le pide al Papa la celebración anual de la fiesta del Santísimo Sacramento, Marie Marthe Emilie Tamisier entre el 1800 y el 1900 que recibió en Paray-le-Monial la inspiración de crear congresos eucarísticos universales y de reencender la llama de la eucaristía para hacer arder al mundo de caridad, santa Teresita, santa Faustina Kowalska, Charles de Foucauld que hará de Jesús Hostia el corazón de su misión.
La primera persona que se encuentra en la misión es el mismo misionero. “Todo misionero no es auténticamente misionero sino emprende el camino de la santidad” (Redemptoris Missio n. 90)
La Eucaristía nos sana de la indiferencia y de replegarnos sobre nosotros mismos.
«La Eucaristía sola puede revelar al hombre la plenitud del amor infinito de Dios y responde así a su deseo de amor. Sólo la Eucaristía puede guiar sus aspiraciones a la libertad mostrando la nueva dimensión de la existencia humana.» (JP II en Congreso Eucarístico de Wroclaw 1997)
En la Eucaristía Dios Todopoderoso se hace tan pequeño, tan pobre bajo la apariencia del pan. La singularidad de la adoración eucarística con respecto a todas las otras formas de oración y de devoción, es que por la presencia sacramental de Jesús-Hostia, Dios toma la iniciativa de encontrarse con nosotros. Cristo me precede en la respuesta que el Padre espera. “La Eucaristía significa: Dios ha respondido. La Eucaristía es Dios como respuesta, como presencia que responde” (J. Ratzinger – Dios está cerca- Palabras y silencio 2003)
Adoración, la palabra proviene de un vocablo latino cuya etimología está en “ios” (la boca). Comprende una postración que apunta al objeto de veneración y lo besa. Significa inclinarse profundamente en señal de extremo respeto. No faltan ejemplos evangélicos al respecto: la hemorroisa que se echa por tierra para tocar el borde del manto de Jesús (Lc 8,44); María Magdalena que se arroja a los pies de Jesús y los abraza. Esta actitud de adoración es bien natural al hombre cuando se encuentra ante algo o alguien que lo sobrepasa. La adoración debe expresarse con todo nuestro ser y entonces igualmente comprometer nuestro cuerpo. El hombre ha sido creado para adorar, para inclinarse profundamente ante Aquel que nos hizo y que nos sobrepasa.
Todas las posibilidades espirituales de nuestro cuerpo forman necesariamente parte de nuestra manera de celebrar la eucaristía y de rezar. La escucha atenta de la Palabra de Dios requiere la posición de sentado o el movimiento de la Resurrección reclama la posición de parados. La grandeza de Dios y de su Nombre se expresan de rodillas. Jesucristo mismo rezaba arrodillado durante las últimas horas de su Pasión en el Huerto de los Olivos (Lc 22,41). Esteban cae de rodillas antes de su martirio, al ver los cielos abiertos y el Cristo de pie (Hch 7,60). Pedro ruega arrodillado pidiendo a Dios la resurrección de Tabita (Hch 9,40). Luego de su discurso de despedida ante los ancianos de Éfeso, Pablo reza con ellos de rodillas (Hch 20,36). El himno de Flp 2, 6-11 aplica a Jesús la promesa de Isaías anunciando que toda rodilla se dobla ante el Dios de Israel, ante el nombre de Jesús…
Nuestro cuerpo manifiesta visiblemente aquello que nuestro corazón cree. La filósofa Simone Veil, de origen judío y no creyente, descubre a Cristo en Asís en 1936 y escribe: “Algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas”.
El testimonio de los santos es elocuente: Santo Domingo se prosternaba sin cesar, boca abajo y todo a lo largo cuan era, en presencia del Santísimo Sacramento.
La actitud exterior traduce la devoción interior.
Decía san Pierre-Julien Eymard que el primer movimiento de la adoración consiste justamente en prosternarse a tierra, la frente inclinada. Es una actitud que nos permite proclamar sin palabras la majestad infinita de Dios que se oculta tras el velo de la Eucaristía.
La adoración eucarística es una prueba de fidelidad, de constancia y de perseverancia.
La adoración eucarística es una evangelización del tiempo. Se trata de vivir el instante presente del encuentro eterno con Dios por la presencia real del cuerpo eucarístico de Jesucristo. Como María, la discípula bienamada, María Magdalena y las santas mujeres presentes en el Calvario en el momento del sacrificio de la tarde, el adorador acoge el don inestimable que le ha sido hecho. Hay que rechazar la impaciencia para centrarse en Cristo. Se trata de contemplar la permanencia del Amor, de su fidelidad que clama la nuestra.
En Dies Domini, el Papa JP II, invitaba a los fieles a imitar el ejemplo de los discípulos de Emaús, quienes luego de haber reconocido a Cristo resucitado al partir el pan (Lc 24, 30-32) sienten la exigencia de ir rápidamente a compartir la alegría del encuentro con Él, con todos los hermanos.
El apóstol Pablo pone en relación estrecha el banquete y el anuncio: “Cada vez que comáis de ese pan y que bebáis de esa copa, proclamad la muerte del Señor hasta que venga” (1 Cor 11,26)
Evangelización no es sólo un anuncio de Cristo sino también un proceso de incorporación a la Iglesia. De donde el vínculo sacramental entre evangelización y eucaristía.
Para evangelizar el mundo se necesita apóstoles “expertos” en celebración, en adoración y en contemplación de la Eucaristía. JP II (Mensaje para la Jornada mundial de los Misiones 2004).
Santa Teresita decía: “¡Qué amor incomprensible el de Jesús, que quiere que tengamos parte con Él en la salvación de las almas! No quiere hacer nada sin nosotros. El creador del universo espera la oración de una pobre pequeña alma para salvar otras almas, rescatadas como ella al precio de toda su sangre”.
Y agregaba: «Nuestra misión es aún más sublime. He aquí las palabras de nuestro Jesús: “Elevad los ojos y ved. Ved cómo en mi Cielo hay lugares vacíos, es a vosotras que os toca llenarlos, vosotras sois mis Moisés orando sobre la montaña”.