INTRODUCCIÓN

Las Madres de la Cruz son siervas de nuestra Madre María Santísima, laicas o religiosas, que se unen al “Fiat” de María en la Anunciación y en el Calvario, para ser almas de víctimas como ella. Elegimos vivir como contemplativas, manteniendo la mirada en el amor crucificado mientras llevamos a cabo nuestras tareas de cada día en nuestros hogares. De este modo, nuestros hogares se convierten en monasterios domésticos, altares de nuestros sacrificios y sufrimientos de la vida. Nos ofrecemos continuamente con Jesús crucificado al Padre, por medio de María, nuestra Madre de la Cruz.

Nos esforzamos por vivir nuestra vida en caridad, humildad, sencillez y silencio interior, a imitación de María en todas sus virtudes. Somos madres espirituales. Nuestra maternidad, en María, se expande para incluir a todos los sacerdotes, familias y los niños de nuestro Señor que sufren en todo el mundo.

Nuestra vida está centrada en la Eucaristía. Por lo tanto, nos esforzamos a participar en la misa diaria y oración ante el Santísimo Sacramento tanto como lo permitan nuestros deberes. Le ofrecemos todas nuestras oraciones, sacrificios, sufrimientos, lágrimas y alegrías, nuestra vida entera, para la santificación de los sacerdotes, incluidos los sacerdotes de la iglesia doméstica, todos los padres. Nos formamos en la espiritualidad de la Cruz, tal como se la enseñó Jesús a la venerable Concepción Cabrera de Armida. También nos formamos con las enseñanzas de Santa Teresita de Lisieux, San Padre Pío y Santa Faustina.

Las Madres de la Cruz están llamadas a:

  • Ser almas víctimas
  • Orar y sacrificarse por la santificación de los sacerdotes
  • Consolar los corazones sufrientes de Jesús y María
  • Continuar los sufrimientos de la soledad de María por nuestra unión de corazón con ella.

 

SER ALMAS VICTIMAS

La DolorosaLas Madres de la Cruz dan su fiat para ser almas víctimas de Jesús: un cuerpo, una sangre, un sacrificio, un sufrimiento en Jesucristo, por amor a Él y por la salvación de las almas. Estamos llamadas a ser cálices vivos y puros. Recibimos la sangre de Jesús en el sufrimiento y lo llevamos al mundo en amor, humildad y servicio. Absorbemos cada gota de su preciosa sangre a través de la paciencia en todas las dificultades, luchas, dolores, sacrificios, sufrimientos y labores diarias. Las oraciones, sacrificios, sufrimientos y lágrimas de las madres, unidos al amor crucificado, a través de María, es una fuerza oculta que santificará, purificará y ayudará en la salvación de muchas almas.

Inmensas gracias vienen al mundo a través de las almas víctimas y ellas llenan los Corazones sufrientes de Jesús y María con alegría. El cielo se llena con la fragancia dulce de las almas víctimas.

«Las almas víctimas en favor de la lglesia deberán unirse a mi Corazón, la Víctima por excelencia, para presentarse al Padre eterno en favor de esta Iglesia tan querida, con el fin de expiar los pecados. Me es tan amada mi Iglesia, que busco víctimas que en unión de mi Corazón se santifiquen para cambiar la justa ira que le amenaza, en lluvia de gracias…»

(Diario, 14 de junio de 1898)

 

ORACIÓN Y SACRIFICIO POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES

Las Madres de la Cruz están llamadas a suscitar el ejército de Dios de sacerdotes santos que propiciarán un nuevo Pentecostés. Oramos por los sacerdotes amados de Jesús como oramos por nuestros hijos e hijas. Damos la vida por la santificación de los sacerdotes como entregamos nuestra vida por nuestros esposos e hijos. Nosotras, las Madres de la Cruz, nos ofrecemos como víctimas por los sacerdotes. Nos unimos a Cristo Crucificado ganando así muchas gracias para los hijos predilectos de nuestra Madre. Las oraciones, sacrificios, comuniones diarias y adoraciones eucarísticas son la fuerza oculta que preparará el camino abriendo los corazones de muchos sacerdotes. Esta vida de oración, unida a la simplicidad de nuestras vidas y nuestras tareas diarias (limpieza, cocina, cuidado de niños, enseñanza) vividas con amor, tocan directamente el corazón del Padre. El poder de la vida cotidiana de una madre vivida en amor y en profundo silencio interior, a través del Espíritu Santo, llevará a cabo la santificación de los sacerdotes. María tiene una espina clavada en su corazón por cada sacerdote que no es santo. Como Madres de la Cruz, ofrecemos nuestros corazones para ser traspasados como el de María. Nosotros participamos en la cadena viva de los corazones traspasados por la santificación de los sacerdotes. A medida que nuestros corazones estén traspasados como el de María, nos convertiremos en una fuente viva de gracia para la Iglesia.

«Ofrécete en oblación por mis sacerdotes, únete a mi sacrificio para alcanzarles gracias. Es necesario que unida al Sacerdote Eterno hagas tu papel de sacerdote, ofreciéndome al Padre, y arrancándole gracias y misericordias para la Iglesia y sus miembros. ¿No recuerdas cuántas veces te he pedido que te ofrezcas de víctima en unión de la Víctima, por la Iglesia amada? ¿No ves que eres suya porque eres Mía, y que eres Mía porque eres suya? Entonces, por la unión especial que tienes con mi Iglesia tienes derecho a participar de sus amarguras y tienes deber sagrado de consolarla sacrificándote por sus sacerdotes» (Diario T. 49, p. 26, septiembre 24, 1927).

 

CONSUELA LOS CORAZONES JESÚS Y MARÍA QUE SUFREN

Jesús también desea que las Madres de la Cruz sean su constante consuelo, tal como lo fueron María y las santas mujeres durante su vida en la tierra. Durante su agonía fueron mujeres de gran valentía, celo, pasión y profundidad del corazón, que llegaron a consolarle: su madre María, Verónica, María Magdalena y las mujeres que lloraban por El.

Jesús continúa sufriendo en los tabernáculos del mundo, en la Eucaristía. Él tiene sed de amor y desea ser consolado. Al vivir completamente unidos a María, también son capaces de consolar a nuestro Señor que sufre. Por medio de María, con María y en María, también vamos a ser mujeres de valor, que están dispuestas a olvidarnos de nosotros mismas y lavar su precioso rostro, con las lágrimas de nuestros sufrimientos y de la tela de nuestra propia vida. Somos mujeres abrazando a Jesús como la Pieta y con ella, quitando cada espina en su preciosa frente y permitiendo que cada espina penetre nuestro corazón, trayendo así consuelo a nuestro amado Jesús.

Como María, en nuestra vida de servicio total a nuestras familias, nos quedaremos con las espinas y daremos las rosas. Nuestras vidas serán bendecidas, partidas y entregadas a través del Espíritu Santo (tal como el sacerdote hace con la hostia en la consagración eucarística), convirtiéndose así en «hostias vivas» en la tierra para el consuelo del Señor, la gloria del Padre, y la salvación de las almas.

Las Madres de la Cruz permanecen con Jesús en la Cruz. Practicaos el silencio en cuanto sea posible para mantener esta unión de amor. Nos mortificamos a través del silencio.

Dame amor de esta clase, dame almas que me amen en el dolor, que se gocen en la Cruz; de este amor está sediento mi corazón; quiero amor puro, amor expiatorio, amor desinteresado, amor sólido el cual casi no existe en la tierra, y sin embargo es el verdadero, el que salva, el que purifica y el que Yo exijo en mis mandamientos. A Mí no me satisfacen otros amores de oropel; todos ellos vanos, ficticios y aún culpables; sólo los que te dejo explicados. (Diario T. 15, p. 378, septiembre 11, 1900).

 

CONTINUAR EL SUFRIMIENTO DE LA SOLEDAD DE MARÍA

Fue a través del sufrimiento de María, unido al del Sagrado Corazón de su Hijo, que la Iglesia naciente fue sostenida, y los apóstoles fueron fortalecidos para la misión de ir y predicar el Evangelio hasta los confines del mundo. María abrazó este martirio oculto; una misión escondida al mundo pero la más poderosa de todas las misiones. Ella continúa esta misión a favor de los sacerdotes de hoy. Las Madres de la Cruz están llamadas a unirse a nuestra Madre para llevar a cabo su misión de amor.

El amor de una madre en el sufrimiento, unido a los corazones de Jesús y María, se llena con el poder del Espíritu Santo. Es a través de las Madres de la Cruz que los Misioneros de la Cruz serán sostenidos y fortalecidos. Uno no se puede sostener sin el otro. Los Misioneros de la Cruz serán como los primeros apóstoles. Serán enviados a predicar, llenos del Espíritu Santo, a los confines del mundo, y es el sufrimiento oculto de las Madres de la Cruz, unido en María, que Dios usará para sostenerlos y darles poder.

«María fue la escogida entre todas las mujeres para que en su virginal seno se obrara la Encarnación del Divino Verbo y desde aquel instante Ella, la sin mancha, la Madre Virgen, la que aceptó con el amor y la sumisión más grande que ha existido en la tierra hacia mi Padre, no cesó de ofrecerme a El cómo víctima que venía del cielo para salvar al mundo, pero crucificando su corazón de Madre a la divina voluntad de ese Padre amado.

«Y me alimentó para ser víctima consumando la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado. Y un mismo sacrificio era el Mío en la Cruz, como el que se obraba en su corazón…»

«Siempre María me ofreció al Padre, siempre hizo oficio de sacerdote; siempre inmoló su Corazón inocente y puro en mi unión para atraer las gracias de la Iglesia» (Diario T. 59, p. 282-283, abril 6, 1928).

«Las oraciones, sacrificios, sufrimientos y lágrimas de las madres unidos a la Cruz por medio de María son una fuerza oculta que santificará, purificará y ayudará en la salvación de muchas almas!».-Lourdes Pinto

De la páginas de Love Crucified Family. Ver: www.lovecrucified.com