Hora santa en Jueves Santo (Adoración Nocturna)

Está adaptada del Manual de la Adoración Nocturna. Puede hacerse a lo largo de una o más horas.

Oración de presentación de adoradores

Monitor:
Hermanos: Esta tarde (noche), cuando en la Iglesia se conmemora la Última Cena del Señor y su oración en el huerto, en las que quiso estar acompañado de sus íntimos, nos reunimos en tomo al Sacramento de su presencia real para recordar sus últimas lecciones y recoger con ánimo agradecido los preciosos dones de la Eucaristía y del sacerdocio cuya institución conmemoramos.

Todos:
Señor Nuestro Jesucristo: Como Pedro, Santiago y Juan, que oyeron tu voz .angustiada en el Huerto de los Olivos al decirles: «Velad conmigo», también nosotros en esta noche la escuchamos y queremos estar muy cerca de ti.
Hace poco que les has entregado tu cuerpo y tu sangre, hechos «alimento para la vida de los hombres». Por eso hoy tu presencia en medio de nosotros es una realidad.
Déjanos estar contigo.
Tenemos mucho que agradecerte por tu legado a la Iglesia en la Última Cena: Institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial, para perpetuar tu presencia entre nosotros; oración sacerdotal al Padre, en favor de tus futuros seguidores, y promesa del Espíritu Santo Consolador.
Necesitamos pedirte mucho, porque «el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
y queremos, sobre todo, acompañarte en la noche en que conmemoramos tu entrega al sacrificio y a la muerte por los hombres.
Acéptanos, Señor, en tu compañía.
Haz que hagamos fecundo en nosotros tu sacrificio redentor.
y acuérdate de nosotros tú que ya estás en tu Reino. Que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.
Sentados

Monitor: El Señor esta noche del Jueves santo nos prometió que no nos dejaría huérfanos. Y no nos dejó. Se quedó perpetuamente con nosotros en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos.

Lector:
Lectura de la primera carta de S. Pablo a los Corintios 11, 23-26
Porque yo he recibido del Señor lo que os he trasmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan, y, después de dar gracias, lo partió y dijo: «Éste es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía». Y asimismo, después de cenar, tomó el cáliz diciendo: «Éste cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre; cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga».
Breve pausa

Monitor: Por eso nosotros hoy no tenemos por qué envidiar a la hemorroísa que tocó la fimbria de su vestido, ni a Zaqueo que le hospedó en su casa, ni a los hermanos de Betania que tantas veces se sentaron a la mesa con él.
De pie Cantan todos
Cantemos al Amor de los Amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! venid adoradores
adoremos a Cristo Redentor.
Gloria a Cristo Jesús;
cielos y tierra, bendecid al Señor;
honor y gloria a ti, Rey de la gloria,
amor por siempre a ti, Dios del Amor.

Director: Por eso, porque está aquí, nosotros podemos hablarle esta noche como le hablaban las gentes de su tiempo en Palestina. Y lo vamos a hacer con las mismas palabras que sus oÍdos de carne escucharon entonces.
Las siguientes preces litánicas se recitarán pausadamente, dejando un breve silencio al final de cada una, y un silencio más largo al fin de cada bloque.

Director (Sacerdote, si lo hay): Avivemos nuestra fe en la presencia de Jesús Sacramentado, repitiendo las palabras del Apóstol Santo Tomás:

Todos: ¡Señor mío y Dios mío!

Director: Confesemos la divinidad de Jesucristo con las palabras de San Pedro en Cesarea de Filipo:

Todos: ¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!

Director: Digámosle con Natanael:

Todos: Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.

Director: Respondamos como Marta, la hermana de Lázaro, cuando Jesús le dijo «Yo soy la Resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Crees esto?»:

Todos: Sí, Señor, yo creo, que tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo que has venido a este mundo.

Director: Pero digamos también humildemente con los Apóstoles:

Todos: Señor, aumenta nuestra fe. Director: O con el padre de aquel lunático:

Todos: Creo, Señor, pero ayuda tú mi incredulidad.

Director: Aclamemos a Jesús Sacramentado como los ángeles a Dios hecho hombre en la noche de Navidad:

Todos: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Director: Como la buena mujer de la turba:

Todos: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.

Director: O como las gentes sencillas por las calles de Jerusalén el domingo de Ramos:

Todos: Hosana al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosana en las alturas.

Director: Proclamemos nuestra dicha al saber que lo tenemos con nosotros.

Todos: Dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos y los oidos que oyen lo que nosotros oímos; porque muchos patriarcas y profetas quisieron verlo y no lo vieron, oírlo y no lo oyeron.

Director: Reconozcamos que no lo merecemos, diciéndole humildemente con el centurión:

Todos: Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Director: Y al sentimos privilegiados con la fe y la participación de la Eucaristía, digámosle con San Pedro en el Tabor:

Todos: Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Director: Y forcémosle a que no se vaya, rogándole con los discípulos de Emaús:

Todos: Quédate con nosotros, Señor, que anochece.
Se hace una breve pausa

Director: Acuérdate, Señor, que nos dijiste: «Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá». Hoy te pedimos, Señor, con la fe y con las palabras de todos los necesitados del Evangelio, por todas nuestras necesidades espirituales y materiales.

Todos: Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros.

Director: Todos estamos manchados. Por eso te decimos con el leproso:

Todos: Señor, si tú quieres, puedes limpiarme.

Director: Todos andamos a tientas para ver tu verdad. Por ello, como los ciegos del Evangelio, te rogamos:

Todos: Señor, que se abran nuestros ojos y veamos.

Director: A menudo nos cuesta trabajo entender tu doctrina de renuncia y sacrificio. Te pedimos, entonces, con los Apóstoles:

Todos: Explícanos, Señor, esta parábola.

Director: Conocemos a muchos enfermos de cuerpo y alma, y pensando en ellos, como Marta y María refiriéndose a Lázaro, te recordamos:

Todos: Señor, el que amas, está enfermo.

Director: Necesitamos el alimento espiritual que eres tú mismo. lnstruídos por tu palabra, te pedimos, como las turbas de Cafarnaúm, pero con mayor conocimiento de causa:

Todos: Señor, danos siempre ese pan.

Director: O con la samaritana junto al pozo de Jacob:

Todos: Señor, danos siempre de ese agua, para que no volvamos a tener sed.

Director: Y porque no sabemos lo demás que deberíamos pedir, te decimos:

Todos: Enséñanos a orar.
Se hace una breve pausa

Todos: Padre nuestro.
Se hace una breve pausa

Director: Respondamos, hermanos, ahora y siempre a la llamada de Cristo con la prontitud de los Magos:

Todos: Hemos visto tu estrella en Oriente y venimos a adorarte.

Director: O con la generosidad del discípulo que se ofrecía a seguirle:

Todos: Señor, yo te seguiré a donde quiera que vayas.

Director: Aceptemos siempre su voluntad, aun cuando no nos guste, con las palabras de Nuestra Señora:

Todos: Hágase en mí según tu palabra.

Director: El mundo, Señor, tira de nosotros por caminos más fáciles que el tuyo. Pero no logrará destruir nuestra fe.

Todos: Tu yugo es suave y tu carga ligera.

Director: El mundo nos promete felicidad engañosa a costa de serte infieles. Pero nosotros hoy, y siempre, ante la realidad de tu presencia eucarística, repetiremos las palabras de Pedro cuando en Cafarnaúm nos prometiste la institución de este sacramento:

Todos: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el santo de Dios.

Director: Y como el mismo Pedro, en el momento de recibir el primado sobre toda la Iglesia, respondemos a tu generosa entrega:

Todos: Señor, tú sabes todo. Tú sabes que te amo.
Se hace una breve pausa

Director: Formulemos concretamente nuestro compromiso. Sabedores, Señor, de que tú eres nuestro Dios y Creador, y nosotros tu pueblo y ovejas de tu redil.

Todos: Te prometemos andar por el camino de tus mandamientos.

Director: Agradecidos a tu bondad, que se ha dignado hacernos participantes de tu naturaleza divina, miembros de tu Cuerpo místico que es la Iglesia, hermanos tuyos y coherederos contigo.

Todos: Te prometemos permanecer en tu amor.

Director: Conscientes de que lo que hiciéramos por uno de tus pequeñuelos, por ti lo hacemos.

Todos: Te prometemos pagarte en la persona de nuestros prójimos lo mucho que te debemos.

Director: Advertidos por ti de que «no todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de tu Padre celestial.»

Todos: Te prometemos querernos los unos a los otros, no de palabra o con la lengua, sino con obras y de verdad.

Director: Invitados por ti a ofrecer a todos los hombres el espectáculo de nuestra unidad «para que el mundo crea».

Todos: Te prometemos aspirar, como los primeros cristianos, a no tener más que «un sólo corazón y una sola alma».

Director: Atentos a las advertencias de tu Apóstol: que «el tiempo es breve», que «pasa como sombra la imagen de este mundo», que «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la futura».

Todos: Te prometemos vivir como el que va de paso, fijo nuestro corazón en ti, donde está nuestro tesoro.

Director: Acordándonos de que instituíste la Eucaristía en la noche en que ibas a ser entregado y nos mandaste que la repitiéramos en memoria tuya.

Todos: Te prometemos no olvidarnos de que fuiste a la muerte para darnos vida.

Director: Tú dijiste «que diéramos gratis lo que gratis habíamos recibido».

Todos: Nosotros prometemos hablar de ti a los que nos rodean, y dar testimonio con nuestras vidas de que tú has venido al mundo y estás en medio de nosotros.

Director: Tú nos dijiste que debíamos ser luz del mundo y sal de la tierra.

Todos: No nos olvidamos, Señor.

Director: Frente a la indiferencia y disculpas que solemos alegar a la hora de ser llamados a la mesa del Padre para participar de la
Sagrada Comunión.

Todos: Te prometemos, Señor, comulgar con frecuencia y fervorosamente.

Director: Para que aumente el número de tus amigos, que te hagan compañía ante tu Presencia eucarística.

Todos: Te prometemos trabajar sin descanso por aumentar el número de tus adoradores.
Se hace una breve pausa. Sentados

Monitor: Tras el largo discurso de despedida, Jesús, de pie ya, pronunció en el Cenáculo su oración sacerdotal. Fue como el ofertorio del Sacrificio de su Pasión y muerte, que la Iglesia había de perpetuar a través de los siglos, por el ministerio de los sacerdotes instituídos por el mismo Cristo aquella bendita noche.
En aquella oración sacerdotal, Jesús pidió por sí mismo, por los Apóstoles allí presentes, y por toda la Iglesia futura. Escuchemos.

Lector:
Lectura del Evangelio según San Juan 17,1-26
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, da la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. He manifestado, tú nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti; porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado.
«Ya no voy a estar en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos alegría colmada.
«Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como yo no soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me consagré a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la caridad. No ruego solo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean como nosotros somos uno.
«Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que yo les he amado a ellos como tú me has amado a mí. Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».
Unos minutos de silencio.

Monitor: Penetrados de la solicitud por la unidad de los cristianos que Jesús manifestó en su oración sacerdotal, cantemos y proclamemos:
De pie. Cantan todos
–Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo,
un solo Dios y Padre.
Llamados a guardar la unidad del Espíritu por el vínculo de la paz,
cantamos y proclamamos:
–Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo,
un solo Dios y Padre.
Llamados a formar un solo cuerpo con un mismo espíritu,
cantamos y proclamamos:
–Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo,
un solo Dios y Padre.
Monitor: Señor, Jesús, sacerdote eterno y salvador nuestro, escucha benigno las súplicas que te dirigimos, respondiendo a tus deseos y conscientes de las necesidades de tu santa Iglesia.
Director: Que sepamos ver en la Santa Misa el memorial de tu Muerte y Resurrección.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que todos conozcamos el valor del sacerdocio, como perenne y visible presencia tuya entre nosotros.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que los cristianos sepamos conservar la estima debida a los dispensadores de tus misterios.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que sacerdotes y seglares, cada uno en su lugar, nos sintamos solidarios en un mismo quehacer apostólico.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que las insidias y calumnias del enemigo no ofusquen el esplendor del sacerdocio en la Iglesia.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que sus propias debilidades humanas no nos impidan ver en ellos a tus representantes en la tierra.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que la ejemplaridad de los sacerdotes, viviendo en el mundo sin ser del mundo, impulse a muchos a imitados.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que todo el pueblo cristiano sienta la responsabilidad de orar, como tú lo hiciste, por el sacerdocio de la Iglesia.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que no falte a tus fieles el pan de la palabra por no haber quien lo parta en abundancia.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que el Señor de la mies envíe obreros a su mies.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que la instrucción religiosa, la piedad sincera y la pureza de vida en las familias cristianas constituyan el clima propicio para las vocaciones sacerdotales.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que los padres cristianos sean conscientes del honor que para ellos supone el hecho de que Dios elija a alguno de sus hijos para el sacerdocio.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que los llamados no se hagan sordos a tu llamamiento.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que los que se preparan para el sacerdocio sean perseverantes en tu santo servicio y fieles a tus gracias.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que no les domine el espíritu indiferente y materialista del mundo.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Que no falten a tu Iglesia los medios necesarios para acoger y desarrollar las sinceras vocaciones.

Todos: Escúchanos, Señor.

Director: Concédenos, Señor, muchas y buenas vocaciones, a fin de que la grey cristiana, socorrida y guiada por vigilantes pastores, pueda llegar segura a los pastos ubérrimos de la eterna felicidad. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.

Todos: Amén.
Se hace una breve pausa. Sentados

Monitor: Seguidamente el Señor se dirigió con sus discípulos al Huerto de los Olivos, donde continuó acompañado de sus tres apóstoles predilectos, y donde comenzó, con el prendimiento, su Pasión.
A veinte siglos de distancia, las palabras del Señor siguen resonando de manera especial para nosotros. Oigámoslas.
Lector:
Lectura del Evangelio según S. Mateo 26,30-56
Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Entonces les dice Jesús: «Todos vosotros os vais a escandalizar de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea». Entonces Pedro interviene y le dijo: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo no me escandalizaré». Díjole Jesús: «Yo te aseguro que esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces». Dícele Pedro: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré». Y lo mismo dijeron todos los discípulos. Jesús va con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní y les dice: «Sentaos aquí mientras voy allá a orar».
Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dice: «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó cara a tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se acercó a los discípulos y los encuentra dormidos. Dice a Pedro: «¿Con que no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para no caer en la tentación; pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si éste cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dice: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega». Todavía estaba hablando, cuando en esto apareció Judas, uno de los doce, y con él un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los notables del pueblo. El traidor les había dado esta señal: «El que yo bese, es él: detenedlo». Después se acercó a Jesús y le dijo: «Salve, Maestro». Y le besó. Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?»
Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, deteniéndolo. Y uno de los que estaban con Jesús agarró la espada, la desenvainó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja. Jesús le dijo: «Vuelve la espada a su sitio, quien usa espada a espada morirá. ¿O no crees que puedo acudir a mi Padre y me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles? Si no ¿cómo se va a cumplir la Escritura según la cual esto tiene que pasar?» En aquella hora dijo Jesús a la gente: «Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a la caza de un bandido? A diario me sentaba y enseñaba en el templo y no me detuvisteis». Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Unos minutos de silencio.

Monitor: Fieles a la recomendación del Salvador, que en Getsemaní nos mandó orar para no caer en tentación, y siguiendo su divina enseñanza sobre cómo debemos hacerlo, cantamos la oración que él mismo compuso para nosotros:
De pie, todos:
Padre nuestro.

Director: Adoremos a nuestro Redentor que por nosotros y por todos los hombres aceptó voluntariamente la muerte que nos había de salvar.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Tú que te humillaste haciéndote obediente hasta la muerte, enséñanos a someternos siempre a la voluntad del Padre.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Haz que tus fieles participen en tu Pasión mediante los sufrimientos de la vida, para que manifiesten a los hombres los frutos de la salvación.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Tú, que siendo nuestra vida quisiste morir en la Cruz para destruir la muerte y todo su poder, haz que contigo sepamos morir también al pecado y resucitar así contigo a una nueva vida.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Rey nuestro, que como un gusano aceptaste ser el desprecio del pueblo y la vergüenza de la gente, haz que tu Iglesia no se acobarde ante la humillación, sino que como tú proclame en toda circunstancia el honor del Padre.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Salvador de todos los hombres, que diste tu vida por los hermanos, enséñanos a amarnos mutuamente con un amor semejante al tuyo.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.

Director: Oh Señor, que aceptaste en Getsemaní el consuelo de un ángel, concédenos la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos, para poder nosotros consolar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú consuelas.

Todos: Santifica, Señor, con tu sangre.

Director: Otorga, Señor, a tus fieles difuntos el consuelo eterno.

Todos: Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.
De rodillas. Cantan todos las dos últimas estrofas del Pange lingua, y la oración conclusiva
Tantum ergo sacramentum
veneremur cernui,
et antiquum documentum
novo cedat ritui;
praestet fides supplementum
sensuum defectui.
Genitori Genitoque
laus et iubilatio,
salus, honor, virtus quoque
sit et benedictio;
procedenti ab utroque
compar sit laudatio. Amén.

Director: Les diste Pan del cielo.

Todos: Que contiene en sí todo deleite.

Director: Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Todos: Amén.