Tres Místicas del Siglo XX y sus milagros eucarísticos


Beata Alexandrina María da Costa

Beata Alexandrina María da CostaNace en el año 1904 en Balasar (diócesis de Braga), pequeño centro rural, en Portugal, y muere en el mismo lugar en 1955, cuando tenía 51 años de edad.

También ella tiene en su vida puntos de semejanza con Teresa Neumann, Marthe Robin y el Padre Pío. No tenía los estigmas visibles pero durante 30 años permanece inmovilizada en el lecho. A menudo revivía la Pasión del Señor, en forma tan patética que impresionaba grandemente a quienes asistían. Diariamente tenía diálogos con Jesús y con la Virgen. Como Marthe, como el P. Pío, era asaltada y golpeada por Satanás y los espíritus del mal.

Alexandrina, hija de madre soltera, crece en medio de grandes dificultades económicas y también psicológicas por su falta de padre y lo que el medio condicionaba en ella por su circunstancia. Sin embargo, su carácter era abierto, vivaz, optimista. De su madre recibió educación religiosa seria y profunda. Fue a la escuela sólo durante un año y medio. A los ocho años empezó a trabajar bajo patrón. A los 12 fue víctima de una muy grave enfermedad y corrió el riesgo de morir. A los 14 era una señorita y de su persona, fina y delicada, emanaba gran fascinación. En una ocasión unos individuos trataron, tres en total, tomaron por asalto la casa de Alexandrina, cuando ella, su hermana y una amiga estaban empeñadas en la costura, con la intención de violarlas.  Alexandrina, para salvar su pureza, no hesitó en lanzarse por la ventana y como consecuencia de la caída se hirió en la columna vertebral con gravísimas consecuencias.  Fue atendida médicamente durante siete años pero inútilmente y terminó por quedar postrada, paralizada en el lecho.

Al comienzo hizo de todo por sanar. Le rogaba a Dios le diera la gracia de la salud, pero cuando se dio cuenta que aquella era su misión, es decir el sufrimiento, aceptó de corazón el calvario y lo vivió hasta su muerte con una sonrisa en los labios.

El 25 de abril 2004 fue proclamada Beata por el Papa Juan Pablo II.

En palabras del Postulador de la causa de beatificación, el P. Pasquale Liberatore sdb, “Alexandrina es una crucificada. Desde los 21 años y durante 30, queda postrada en el lecho hasta su muerte. Desde octubre del 38 hasta marzo del 42, es decir por tres años y medio, vive, hasta visiblemente, la Pasión de Cristo, que duraba cada semana del jueves al viernes. Entraba en éxtasis y revivía varias fases de la Pasión, así como la relatan los Evangelios.  Sus padecimientos llegaban al culmen entre las 12 y las 3 de la tarde del viernes.  A los testimonios se han sumado films y fotos.  Sin saber cómo (ya que estaba paralítica desde 1925), al mediodía Alexandrina descendía de la cama. Cuando revivía la Pasión se movía como si la parálisis no existía. Repetía la agonía de Jesús en el Getsemaní, que era larga y penosa y emitía quejidos profundos y sollozos. Luego seguían, como si fuese un film, todos los otros episodios de la Pasión: la captura por los soldados, el proceso ante Pilato, la flagelación, la coronación de espinas, el camino al Calvario, la crucifixión. Alexandrina trasuntaba un enorme sufrimiento, estaba pálida, sudaba, sus cabellos se le empastaban. Después se notaban heridas en todo su cuerpo. En esos momentos estaba totalmente insensible a agentes exteriores de dolor.  Caía camino al Calvario y quedaba como aplastada en tierra. Una vez un médico intentó levantarla y no pudo ni con la ayuda de otros dos colegas. No llegaron a alzarla ni siquiera un milímetro. Terminado el éxtasis quedaba ligera. En aquel tiempo pesaba sólo 34 kilos. Luego de marzo del 42, después de sufrir la Pasión vino el ayuno total. Durante los últimos 13 años y 7 meses de su vida no comió ni bebió nada. Su único alimento era la Eucaristía que el párroco le traía todas las mañanas. Jesús le había dicho: “No te alimentarás más en la tierra. Tu alimento es mi carne. Tu sangre mi sangre. Grande es el milagro de tu vida”.

Ningún médico creía que pudiese acontecer algo así y querían demostrar que todo era un fraude. Llegaron a convencer a Alexandrina a someterse a un control científico, en ambiente hospitalario. La única condición que puso Alexandrina fue la de recibir todas las mañanas la Santa Comunión. En junio del 43 se hicieron las experiencias en un hospital cercano a Oporto. El especialista, Dr. Henrique Gomes de Araújo, que guiaba la verificación era profesor miembro de la Real Academia de Medicina de Madrid y miembro de la Sociedad Portuguesa de Química. Quedó aislada durante 40 días y bajo estricta vigilancia. Pese a que eran médicos agnósticos debieron concluir que se encontraban ante un hecho absolutamente inexplicable.

A los sufrimientos del ayuno y de la Pasión se agregaban las vejaciones diabólicas y las incomprensiones de los hombres, incluso (y esto era lo peor) de Iglesia. El Demonio la tentaba contra la fe, la asaltaba arrojándola del lecho e hiriéndola.

La misión de Alexandrina era la de sacudir al mundo acerca de los efectos del pecado, invitando a la conversión, ofreciendo testimonio de vivísima participación a la Pasión de Cristo y por tanto a la redención del hombre.

La beata quería cerrar el infierno. Sobre su tumba hizo poner este epitafio: “Pecadores, si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para salvaros, acercaos, pasad por encima, pisotead hasta que desaparezcan. Pero, no pequéis más, no ofendáis más a nuestro Jesús! Pecadores, querría deciros tantas cosas! Para escribirlas todas no bastaría todo este gran cementerio. Convertíos. No ofendáis a Jesús! No queráis perderlo para toda la eternidad! Él es tan bueno. Basta con el pecado. Amad a Jesús. Amadlo!”

Su misión fue expiatoria y de intercesión.

Pedidos y promesas del Señor hechos a la Beata Alexandrina Maria da Costa, mensajera de la Eucaristía

Promesa hecha el 25 de febrero de 1949

“Hija mía, haz que yo sea amado, consolado y reparado en mi Eucaristía. Haz saber en mi nombre que cuantos hagan bien la comunión con sincera humildad, fervor y amor, durante los primeros jueves de mes consecutivos y pasen una hora de Adoración ante mi sagrario en íntima unión conmigo, les prometo el Cielo.

Di que honren, por medio de la Eucaristía, mis santas llagas, honrando primero la de mi sagrada espalda, tan poco recordada.

Quien al recuerdo de mis llagas una la de los dolores de mi Madre bendita y por ellos nos pida gracias espirituales o corporales, tiene mi promesa que serán concedidas, a menos que no sean daño para sus almas. En el momento de la muerte traeré conmigo a mi Santísima Madre para defenderlos”.

“Habla de la Eucaristía, que es prueba de amor infinito, que es el alimento de las almas.

Di a las almas que me aman, que vivan unidas a mí durante el trabajo, en sus casas, sea de día que de noche, se arrodillen a menudo en espíritu y con la cabeza inclinada digan:

‘Jesús, te adoro en cada lugar donde moras sacramentado, te hago compañía por aquellos que te desprecian, te amo por aquellos que no te aman, te doy alivio por aquellos que te ofenden. Jesús, ¡ven a mi corazón!”

“Estos momentos serán para mí de gran alegría y consuelo. ¡Qué crímenes se cometen contra de mí en la Eucaristía!

“Que la devoción a los sagrarios sea bien predicada y propagada, porque por días y días las almas no me visitan, no me aman, no reparan,…No creen que yo vivo allí. Quiero que en las almas se encienda la devoción hacia estas prisiones de Amor…Son muchos los que, aún entrando en las iglesias, ni siquiera me saludan y no se detienen un momento a adorarme.”

“Lejos del Cielo, lejos de Jesús son todos los que están lejos del sagrario… ¡Oh, si el sagrario fuese bien comprendido! El sagrario es la vida, es el amor, es la alegría, es la paz. El sagrario es el lugar de dolor, de ofensas, de sufrimiento. El sagrario es despreciado; Jesús del sagrario no es comprendido”

“Yo querría muchos guardias fieles, postrados ante los sagrarios, para no dejar que ocurran tantos y tantos crímenes!”

“Que me pidan todo cuanto quieran estando ante mi presencia, delante del sagrario. Es de allí que viene el remedio para todos los males.”

El Señor le explicó el motivo por el cual Alexandrina, viviendo los últimos 13 años de vida de la sola Eucaristía, sin alimentarse con nada más. Le dijo:

“Hago que tú vivas sólo de mí, para mostrar al mundo el valor de la Eucaristía, y que es mi vida para las almas… Háblales a las almas, hija mía, háblales del Rosario y de la Eucaristía! El Rosario! El Rosario! El Rosario! La Eucaristía, mi Cuerpo, mi Sangre!”   

Según cuenta Alexandrina en su “Autobiografía”, fue en Póvoa de Varzim que hizo su primera comunión..”Yo tenía entonces 7 años…Tomé la comunión de rodillas y a pesar de que era pequeña de talla pude fijarme en la Sagrada Hostia de tal manera que se quedó impresa en mi alma. Creí entonces unirme a Jesús para no separarme nunca más de Él. Él tomó posesión de mi corazón, así me parece. La alegría que sentía no se puede expresar. A todos les anunciaba la buena nueva… »

“Tú eres el sagrario que Yo he elegí,  para que Yo more en él y en él repose. Quiero saciar tu sed por mi Sacramento de amor.

Tú eres como el canal por donde pasarán las gracias que quiero distribuir a las almas y a través del cual las almas vendrán a mí. Me sirvo de ti para que muchas almas vengan a mí. Por tu intermedio muchas almas serán estimuladas a amarme en la Santísima Eucaristía.”

 

Marthe Robin

Marthe RobinMarthe es la sexta hija de un matrimonio de humildes campesinos de la pequeña localidad de Chateauneuf-de-Galeur, no lejos de Lyon.

En 1928, cuando tenía 26 años de edad, es golpeada por una encefalitis –que le paraliza todos sus músculos, incluso aquellos que inconscientemente  permiten deglutir alimentos y bebidas- y quedará por el resto de su vida postrada inmóvil en la cama, agravada posteriormente por la ceguera y la imposibilidad de dormir. Al comienzo podía aún mover los dedos pulgar e índice de una de las manos y pasar las cuentas del rosario. Poco tiempo duró esa pequeña facultad de movimiento perdiéndola y quedando entonces  completamente inmóvil a no ser por su cabeza, la que podía mover ligeramente. Es también desde los 26 años que no puede tomar ni siquiera un sorbo de agua. Cuando los médicos la forzaban a hacerlo, ante la imposibilidad de la deglución, el agua le salía por las narices.

Según la medicina, Marthe Robin debía morir pronto y lo único que se podía hacer era llamar a un sacerdote para recibir la unción de enfermos como último viático. La joven, en extremo piadosa, prepara su alma para entregarla al Señor y recibe los sacramentos un miércoles. Una semana después, Robin sigue viva y la familia vuelve a llamar al sacerdote para que la conforte en sus «últimos días» con la Comunión. A la semana siguiente, Marthe vive aún. Y así semana tras semana, mes tras mes… hasta 53 años vivió Marthe desafiando las ciencias biológicas y la más elemental experiencia que sin comida ni bebida se muere. Su alimento y bebida era la sola Eucaristía.

Su padre espiritual le traía la Sagrada Eucaristía una vez por semana. En más de una ocasión, tanto él como otros sacerdotes que la visitaban, pudieron ver la Sagrada Forma escapar de sus manos y volar directamente a la boca de Marthe. Hasta un Obispo testificó que vio como se disolvía una vez que pasaba sus labios.

Una vez que recibía su comunión semanal entraba en éxtasis y comenzaba a revivir la Pasión y Crucifixión de Cristo. En su cuerpo aparecían los estigmas y las heridas de la flagelación así como las de la corona de espinas. Actualizaba, en su frágil cuerpo, el momento de la cruz y, en el de la muerte de Cristo, ella aparecía muerta. Y así hubiera permanecido si no hubiera sido que el padre espiritual el domingo la llamaba nuevamente a la vida, a lo que Marthe respondía por obediencia.

No comía, no dormía, pero estaba en constante oración e intercesión por el mundo. En los días que no revivía la Pasión, había un gran aflujo de visitantes. Como Padre Pío, poseía el carisma de ver el interior del alma de las personas y simplemente les decía aquello que tenían más necesidad de oír.  También como el Padre, no soportaba quienes iban a verla por mera curiosidad y esperaban que les adivinara el futuro.

Ella sabe que es el propio Jesús quien le da las fuerzas para seguir viviendo: «No hay que asombrarse de que yo pueda vivir en total ayuno. El cuerpo y la sangre de Cristo son mi alimento sobreabundante».

Su relación mística con Dios fue más allá del aspecto fenoménico y milagroso, para desconcierto de los que dudan de la verdad de estos hechos. Y así, todos los viernes, sufría tal identificación con la Pasión de Nuestro Señor, que padecía las angustias visibles y similares a las que sintió Cristo en Getsemaní.

Entre los miles de testigos, entre ellos algunos muy calificados como cardenales, obispos y hombres prominentes de la cultura, que pudieron dar fe que por más de 50 años Marthe sobrevivió con el único alimento de Cristo, está el gran filósofo, escritor y miembro de la Academia de la Lengua, Jean Guitton, amigo del Papa Pablo VI y el único laico que participó de sesiones del Concilio Vaticano II, quien escribió un libro, «El retrato de Marthe Robin».

Al comienzo Guitton vio a Marthe como un fenómeno, quedando fascinado porque nunca dormía y concluyendo que era un “cerebro viviente” constantemente activo. Pronto, por supuesto, descubrió que ella era “mucho, pero mucho más que eso”. En su libro sobre Marthe Robin dice: «soy consciente de que esta obra es desconcertante e irritante para muchos que van a dudar de la verdad de lo que cuento. No obstante, quiero responder a sus objeciones con las pruebas evidentes de la verosimilitud de este relato».

Otro filósofo francés muy conocido, Marcel Clement, recuerda su primer encuentro con Marthe durante la segunda Guerra Mundial. Ciertamente, Clement había oído hablar de ella. Así que muchas eran las preguntas que quería hacerle a esa mujer extraordinaria quien, no habiendo nunca escuchado radio o mirado TV o leído diarios, parecía saber todo lo que ocurría en el mundo.

Lleno de preguntas de índole intelectual y filosófica, se acercó por vez primera a la habitación que estaba en penumbras.

Después de un momento de silencio, Marthe empezó la conversación: “Bonjour M. Clement”.

“Bonjour Marthe”.

“¿Ha visto a mi cabra cuando vino para aquí, M. Clement?”

Algo sorprendido, el joven filósofo, confirmó que sí, que la había visto.

“Estoy preocupada por mi cabra, M. Clement”.

“Ah, si Marthe”.

“Sí, M. Clement, pienso que tiene un problema de hígado”.

Ya para entonces, el joven sofisticado había perdido el habla.

Marthe siguió: “Sí. Pienso que tiene un problema en el hígado y que lo mismo le pasa al Padre Finet (su director espiritual) y eso me preocupa de él”.

Ese fue el primer encuentro entre la estigmatizada y el filósofo, que luego sería un amigo de toda la vida. Treinta años después le preguntó: “Marthe, ¿te acuerdas de nuestro primer encuentro? Tú me hablaste de tu cabra”.

“Sí”, dijo ella. “Tú necesitabas ser traído a la tierra y a la realidad de cada día y a las preocupaciones humanas”.

Foyers de Charité fueron fundados por Marthe desde su lecho en su habitación a oscuras, para ser hogares de “luz, caridad y amor”.

La Santísima Virgen le dio instrucciones específicas sobre qué debían ser y acontecer en esas casas por Ella queridas. Cada casa debía ser conducida por un sacerdote, “el Padre”, y los retiros debían ser en silencio, exceptuando las oraciones y las predicaciones del Padre, llevando a una renovación completa de la fe de los participantes. Y debían durar cinco días. Tres días “no eran suficientes para cambiar un alma”.

Los retiros eran basados sobre todo en las enseñanzas del gran apóstol mariano san Luis de Monfort. Por cierto, ocurrió una vez que, luego de un éxtasis, encontraron una copia del “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” (de Monfort) en la cama de Marthe. Nadie supo cómo había llegado allí. Marthe luego dijo que ¡había sido la Virgen quien lo había dejado!

Otro historiador francés, JeanJacques Antier, en su libro «El viaje inmóvil», concluye que el milagro de Robín no se agota en su inexplicable subsistencia sino que va más allá de ella. Desde su cama en una aldea remota, y con la fuerza de la oración, logró fundar más de 70 «Hogares de Caridad» en los cinco continentes.

Marthe Robin muere el 6 de febrero de 1981 y veinte años después, los directores de estas casas de acogida han logrado introducir en Roma el proceso de beatificación que hoy estudia la Congregación para la Causa de los Santos y que está en estado adelantado.

También como Padre Pío y otros que vivieron un alto grado de unión con Nuestro Señor, Marthe sufrió asaltos del Demonio. E igual que Padre Pío, Marthe era muy discreta acerca de sus experiencias sobrenaturales. Pero, a menudo comentaba a sus amigos más cercanos su especial relación con santa Teresa de Lisieux, quien se le apareció en tres ocasiones. Le había dicho que su obra, como la de la santa, sería mucho mayor después de su muerte y le dijo que su misión sería grande para continuar en su “caminito”.

Luego de su primer acto de abandono de 1925, Marthe lo renueva en 1939 diciendo: “Señor, me ofrezco, me doy a mí misma nuevamente a Ti por todas las almas del mundo, por la santidad de tus amados sacerdotes, especialmente por aquellos cuyos pecados llevo en mi corazón. Que a través de mí, Señor, por mi oración, por mi amor, por mis sufrimientos, por mi inmolación, por toda acción exterior que pueda yo tener, que por mi entera vida, el apostolado de ellos sea más efectivo, más fructífero, más santo, más divino.»

Marthe rezaba por sus amados sacerdotes: «que sus Misas sean menos una suntuosa ceremonia exterior en la que están ocupados, distraídos, distantes y más un acto de profunda ternura.»

Otra similitud con Padre Pío, era que ella también podía ver más allá de su horizonte. Podía decirle a su padre espiritual exactamente qué había pasado ese día durante el retiro en el Foyer, en el pueblo. Podía decirle qué partes de las charlas que dio fueron buenas y cuáles, por ejemplo, estuvo algo distraído. Esa capacidad y preocupación por el bien de los retiros llegaban a los ínfimos detalles en ella.

Cuando Marthe murió, a los 79 años de edad, luego de sufrir la Pasión y Crucifixión por última vez en febrero del 81, más de 250 sacerdotes y varios obispos concelebraron en su funeral.

 

Teresa Neumann

Therese NeumannTeresa Neumann nació en 1898 (el 8 de Abril en Konnersreuth) y vivió nada menos que 36 años alimentándose exclusivamente de la hostia consagrada que comulgaba todos los días a las seis de la mañana.

Mantuvo siempre su peso normal, 60 kilos. Era de tez sonrosada y su carácter bromista y alegre.

Sus únicas excreciones eran el sudor y… la abundante sangre que manaba de los estigmas.

Era muy devota de otra Teresa, santa Teresita de Lisieux, doctora de la Iglesia.

En su juventud sufrió dos graves caídas que la habían dejado inválida, pero justo en los días en que Santa Teresita era sucesivamente beatificada y canonizada, Teresa Neumanna, por sun intercesión era sanada.

En efecto, Teresa Neumann sufrió y padeció una extraña enfermedad provocada por una luxación en la espina dorsal cuando participaba en las tareas de extinción de un incendio en una fábrica cercana. Tenía veintiún años de edad y era el comienzo de todos sus padecimientos posteriores que la tuvieron postrada en la cama casi por toda su existencia. El día de la beatificación de Santa Teresa de Lisieux (24 de Abril de 1923) como después ocurriría con otra mística, Marthe Robien, tiene la aparición de la santa. Cinco días más tarde recobra la vista. El 30 de Septiembre vuelve a tener otra visión y comienza a caminar. El 7 de Noviembre tras un ataque de apendicitis ve cómo todo dolor remite tras una nueva aparición de santa Teresita.

Desde las vísperas de la Pascua de 1926 y como Marthe Robin y Padre Pío, revivió en sus carnes, cada fin de semana, la Pasión de Cristo en forma de estigmas sangrantes. Durante la Pasión ocurrían fenómenos extraordinarios como pérdida de peso, que después recuperaba rápidamente, visiones premonitorias, bilocaciones, hablaba griego, arameo y latín de los interrogatorios de Cristo (confirmado una y otra vez por todos los lingüistas independientes que la visitaban a menudo) y luego de la abundante pérdida de sangre, una fulminante recuperación física que no se hacía esperar el domingo por la mañana.

Su «dieta» diaria consistía en la sola Eucaristía (rechazando instintivamente la muchas formas no consagradas que le ponían delante para probarla). El obispo de Ratisbona nombró una comisión formada por médicos y religiosas bajo juramento y las muchas comisiones laicas que le hicieron seguimientos exhaustivos, confirmaron punto por punto que no había trampa alguna siendo absolutamente cierto que vivía exclusivamente de la eucaristía.

Esto mismo fue confirmado por la misma burocracia del Tercer Reich. Fue cuando en 1939 estalló la II Guerra Mundial e impusieron a la población un racionamiento que acabaría durando hasta finales de 1947. A partir de aquel momento, todos los alemanes tuvieron que adaptar el ritmo de sus vidas a una cartilla anual… excepto una persona: Teresa Neumann, a quien – ante la evidencia de que ni bebía ni comía- le fue inmediatamente retirada la cartilla por las autoridades nazis. Sí obtuvo en cambio la asignación de doble ración de jabón, dada la cantidad de ropa ensangrentada que había que lavar tras sus azarosos fines de semana..

El 18 de Septiembre de 1962, tras una vida llena de fenómenos inexplicados relacionados en su mayoría con la estigmatización, fallece víctima de un ataque cardiaco. Curiosamente, tras cinco días de ser expuesta el cadáver no se descompone. Está en vías de beatificación.

[En parte extraído de la obra de Vittorio MESSORI Los desafíos del católico, publicada  por Planeta en la colección «Planeta-Testimonio», Barcelona, 1997 (197 págs.)]