Santos con especial devoción eucarística

San Manuel González García y el Corazón de Jesús en el sagrario

San Manuel GonzálezEste Siervo de Dios (+1940), que fue Obispo de Málaga y de Palencia, fundó las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, y también las Marías de los Sagrarios. Se distinguió siempre, en sus catequesis y homilías, y en sus escritos, por su amor a Cristo en la Eucaristía. Fue llamado el Obispo de los Sagrarios abandonados. Fue beatificado por Juan Pablo II. Los extractos que siguen están tomados de su libro Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario (Editorial «El Granito de Arena», c/ Tutor 15-17, 28008 Madrid, pgs. 35-37).   

«El Maestro está ahí y te llama» (Jn 11,28).

 «Estar [Jesús] en el Sagrario significa venir del cielo todo un Dios, hacer el milagro más estupendo de sabiduría, poder y amor para poder llegar hasta la ruindad del hombre, quedarse quieto, callado y hasta gustoso, lo traten bien o lo traten mal, lo pongan en casa rica o miserable, lo busquen o lo desprecien, lo alaben o lo maldigan, lo adoren como a Dios o lo desechen como mueble viejo… Y repetir eso mañana, y pasado mañana, y el mes que viene, y un año, y un siglo, y hasta el fin los siglos… Y repetirlo en este Sagrario y en el templo vecino y en el de todos los pueblos… Y repetir eso entre almas buenas, finas y agradecidas, y entre almas tibias, olvidadizas, inconstantes y almas frías, duras, pérfidas, sacrílegas… Eso es estar el Corazón de Jesús en el Sagrario.

«¡Está aquí! ¡Santa, deliciosa, arreba-tadora palabra, que dice a mi fe más que todas las maravillas de la tierra y todos los milagros del Evangelio, que da a mi esperanza la posesión anticipada de todas las promesas, y que pone estremecimientos de placer divino en el amor de mi alma!

«¡Está aquí! Sabedlo, demonios que queréis perderme, enfermedades que ponéis tristeza en mi vida, contrariedades, desengaños, que arrancáis lágrimas a mis ojos, pecados que me atormentáis con vuestros remordimientos, cosas malas que me asediáis, sabedlo, que el Fuerte, el Grande, el Magnífico, el Suave, el Vencedor, el Buenísimo Corazón de Jesús está aquí, ¡aquí, en el Sagrario mío!

«Padre eterno, ¡bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo unigénito se abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: «Sabed que yo estoy todo los días con vosotros hasta la consumación de los siglos»!

«Padre, Hijo y Espíritu Santo, benditos seáis por cada uno de los segundos que está con nosotros el Corazón de Jesús en cada uno de los Sagrarios de la tierra.

«¡Bendito, bendito Emmanuel!…»

De su libro Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario (Editorial «El Granito de Arena», c/ Tutor 15-17, 28008 Madrid, págs. 131-133).

«Simón, tengo algo que decirte…» (Lc 7,40)

«El Corazón de Jesús en el Sagrario tiene algo que decirte… Como a Simón, el fariseo desatento que lo convidó a comer, te dice a ti: «Tengo algo que decirte»… Fíjate en el afectuoso interés que revela ese tener Él —¿sabes quién es Él?— que decirte algo a ti, a ti — ¿te conoces un poquito?—…

¡Él a ti! ¿Puedes medir toda la distancia que hay entre esos dos puntos? ¿No? Pues tampoco podrás apreciar cumplidamente todo el valor de ese interés que tiene Él en hablarte a ti. ¡Él a ti!

Una comparación te dará idea aproximada de lo que significa ese interés. ¿Hay mucha gente en el mundo que tenga interés en decirte algo? ¡Claro! Como es tan reducido el número de los que te conocen, en comparación con los que no te conocen, puedes afirmar que la casi totalidad de los hombres no tienen nada que decirte. Y entre los que te conocen, ¿sabes si son muchos los que tienen algo que decirte?…

Nosotros tan insignificantes, pese a nuestro orgullo, en el mundo y ante los hombres; nosotros, para quienes ni los reyes, ni los sabios, ni los ricos, ni los poderosos, ni aún casi nadie en el mundo, tienen ni una palabra ni un gesto de interés, sabemos, ¡bendito Evangelio que nos lo ha revelado!, que el Rey más sabio, rico, poderoso y alto nos espera a cualquier hora del día y de la noche en su Alcázar del Sagrario para decirnos a cada uno con un interés, revelador de un cariño infinito, la palabra que en aquella hora nos hace falta. Y ¡que todavía haya aburridos, tristes, desesperados, despechados, desorientados por el mundo! ¿Qué hacen, que no vuelan al Sagrario a recoger su palabra, la palabra que para esa hora suprema de aflicción y tinieblas les tiene reservada el Maestro bueno que allí mora?…

Alma creyente, lee en buena hora libros que te ilustren y alienten, busca predicadores y consejeros que con su palabra te iluminen y preparen el camino de tu santificación; pero más que la palabra del libro y del hombre, busca, busca la palabra que para ti, ¿lo oyes?, para ti sola tiene guardada en su Corazón para cada circunstancia de tu vida el Jesús de tu Sagrario.

Ve allí muchas veces para que te dé tu ración, que a veces será una palabra de la Sagrada Escritura o de santos que tú conocías, pero con un relieve y un sentido nuevos; otras veces será un soplo, un impulso, una dirección, una firmeza, una rectificación… No tienes que pronunciar con el alma más que estas dos palabras: » Maestro, di»»..

 

San Crísipo de Jerusalén

San Crísipo de JerusalénOriginario de Capadocia, Crísipo se hace monje en Palestina, donde es ordenado sacerdote en el 455. En Jerusalén, es custodio de la Santa Cruz en la basílica del Santo Sepulcro. De él se conserva esta homilía sobre la Madre de Dios.

Bendita sea la Madre de Cristo

«Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo (Lc 1,28)Alégrate ha dicho el ángel; a ti, en efecto, te corresponde la verdadera alegría, a ti que has merecido escuchar que eres la llena de gracia, puesto que contigo está el tesoro íntegro de la alegría, del gozo perfecto y de la gracia. 

«El rey está con la esclava; el más bello entre los hijos de los hombres (Sal 44,3) está con la más hermosa de las mujeres. El que santifica todas las cosas está con la doncella inmaculada. Contigo está el Creador del universo; contigo está a fin de poder nacer de ti; contigo está en la concepción para ser por ti dado a luz; contigo está como Dios, para poder nacer de ti como Dios y hombre».

«Alégrate, pues, por siempre, alégrate, oh llena de gracia. Alégrate porque has recibido de la naturaleza un seno más amplio que los mismos cielos, desde el momento en que en tu seno has albergado a Aquel que los cielos no pueden abarcar. 

«Alégrate, oh fuente de la luz, que iluminas a todo hombre (Jn 1, 19). Alégrate, oh aurora del sol que no conoce ocaso. Alégrate, manantial de la vida. Alégrate, jardín del Padre. Alégrate, prado del que emana toda la fragancia del Espíritu. Alégrate, raíz de todos los bienes, perla que supera todo valor. Alégrate, oh vid cargada de bellos racimos. Alégrate, oh nube de aquella lluvia que proporciona bebida a todas las almas de los santos. Alégrate, pozo del agua siempre viva. Alégrate, oh arbusto ardiente de fuego espiritual y que, sin embargo, no se consume. Alégrate, oh puerta sellada que se abre sólo para el rey. Alégrate, oh monte del que, sin obra de mano humana, se desprende la piedra angular»…

El ministerio maternal de María en la gruta de Belén evoca sin duda diversos aspectos del Misterio eucarístico:

«Estas cosas no sucedieron casualmente. El Verbo era colocado sobre un pesebre de animales irracionales, a fin de que los hombres que voluntariamente habían perdido la razón, la recobrasen acudiendo a Él. En la mesa de las bestias se ofrecía el pan celestial, a fin de procurar un místico alimento a aquellos hombres que se habían convertido en bestias».

El regazo virginal de Santa María, Madre de Dios, es la primera custodia que muestra a los hombres el Verbo encarnado:

«Allá arriba está Él con aquella naturaleza divina que se halla por encima de los querubines y que tiene su morada en el seno del Padre. Aquí abajo permanece Él gracias a la naturaleza humana que yace en el pesebre y que es estrechada entre los brazos maternales. Éstos son un trono verdaderamente real, un trono glorioso, santo, único, digno de sostener en este mundo al Santo de los santos, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén»  

 

San Juan Bosco

San Juan BoscoLa obra de Juan Bosco no puede entenderse sin la eucaristía. No hay mayor felicidad que una comunión bien hecha, decía.

Extraído de la agencia ZENIT

Juan Bosco siempre habló a sus muchachos de la Eucaristía con acentos típicos de un corazón enamorado. Con frecuencia, al predicar, cuando describía el exceso de amor de Jesús por los hombres, se le caían las lágrimas y se las sacaba a quienes le escuchaban. Incluso, en momentos de descanso, cuando salía el tema de la Eucaristía, su rostro se iluminaba y preguntaba: «Queremos estar tristes o contentos? Amemos de todo corazón a Jesús sacramentado».

«No hay felicidad más grande en esta tierra que la que suscita la comunión bien hecha», añadía. Lo más curioso de Bosco, quien ha sido al un gran maestro en la evangelización a través de la expresión artística y de los medios de comunicación, es que en sus misas no hacía gestos especiales, sin embargo, el espíritu con que las vivía hacía que la gente echara carreras para participar en ellas.

San Juan Bosco (1815-1888) gastó su vida por la educación de los jóvenes más pobres y abandonados. Fundó las congregaciones de los Salesianos y de las Salesianas destinadas a procurar a esta juventud una formación humana integral que abarcara tanto el campo intelectual y religioso como el profesional.

Gran protector de la infancia, san Juan Bosco decía a los niños y a sus hermanos en religión: «No hay nada que tema más el demonio que estas dos cosas: una comunión bien hecha y las visitas frecuentes al santísimo sacramento. ¿Queréis que el Señor os dé muchas gracias? Visitadlo a menudo. ¿Queréis que el Señor os de pocas? Visitadlo pocas veces?».

Sus últimas recomendaciones a sus hijos e hijas espirituales fueron:
«Propagad la devoción a Jesús sacramentado y a María auxiliadora y veréis lo que son milagros. Ayudad mucho a los niños pobres, a los enfermos, a los ancianos y a la gente más necesitada, y conseguiréis enormes bendiciones y ayudas de Dios. Os espero a todos en el paraíso».